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El uso del cómic en el arte nos remite invariablemente a la obra pop de Roy Lichtenstein, quien con frecuencia representó mujeres emocionalmente vulnerables, desvalidas o en situaciones de apremio, en suma eran personas contentas con el rol que le asignaba la sociedad masculina. Este artista no las inventó, sino que las apropió de ilustraciones emanadas de la cultura de masas, eligiendo los estereotipos de los tempranos sesentas que mostraban la codificación social de la mujer como ornamento. Es aquí donde encuentro un contraste interesante con las pinturas de Cherrez, donde existe un cambio sustancial en las representaciones de la cultura popular: las mujeres aparecen inmersas en una actitud que –manifestando el componente libidinal de su naturaleza- llega a ser dominante.
Las obras de esta artista comparten la atractiva y colorida visualidad de los ramplones cómics que apropia; estas revistillas que son empleadas como fuente visual y narrativa presentan viñetas escritas por hombres que fantasean con una voluptuosidad femenina y una voracidad sexual acorde, propio de los guiones que promueve la industria porno. Cuando Cherrez hace suyas estas imágenes –pintándolas sobre azulejos (¿de baño?¿de cocina?) con esmalte de uñas- está reclamando la autoría de las mismas para la mujer, invirtiendo entonces sus sentidos: lo que las primeras generaciones de feministas –las anglosajonas de clase media que desarrollaron un feminismo monocultural desde el primer mundo- podían asumir como una cosificación sexual del género puede ahora tornarse, sin que la obra ni la artista se tomen muy en serio a sí mismo, en un gesto de empoderamiento, desde un lugar marcado por la diferencia de su contexto, donde la mujer pareciera estar en total control del goce de su cuerpo. La obra propone una mirada contraria a actitudes represivas y conservadoras sobre la sexualidad; esta perspectiva –por la cual la radical activista anti-porno Andrea Dworkin (1946-2005) se revolcaría en su tumba- aparentemente trasmutaría el supuesto componente misógino y degradante de las revistas que usa como referencia, recordándonos algunas vertientes sex-positive del feminismo de comienzos de los ochenta, definidas como “pro-sexo”, “sexual radical” o “sexual liberal”. (Rodolfo Kronfle, 2008)
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